El Pulso Térmico
La civilización podría encontrarse en los albores de un pulso térmico; un incremento de temperatura debida al calentamiento global seguido de un abrupto descenso debido a un invierno nuclear y una posterior recuperación de la temperatura. Las consecuencias serían intensas para la biósfera y podrían significar el fin de la tecnosfera. También podrían inducir un cambio cultural hacia una civilización tecnológica sostenible.
Calentamiento global
El Homo Sapiens existe hace 200.000 años pero aceleró su crecimiento de manera exponencial durante los últimos 2.000 años. Una civilización que crece dentro de un planeta que no crece marcha hacia un choque contra su medio ambiente. Ese choque está ocurriendo ahora y el calentamiento global es su impacto más visible.
Nuestra ingente demanda de energía incrementó las emisiones de $CO_2$ mediante el uso de combustibles fósiles, aumentando la temperatura de una manera sostenida. También contribuyen al aumento el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos. Tanto el calentamiento como su naturaleza antropogénica están ya establecidos [1].
La velocidad e intensidad del incremento hasta 2023 pueden verse en este video preparado por NASA/GISS [2]. Hasta 2023 la temperatura global aumentó 1.1 °C respecto a la época preindustrial (1850-1900). En 2024 ya presenta picos temporales de 1.5°C [3]. Si las actividades humanas continúan su derrotero actual, la temperatura aumentará unos 3°C en el presente siglo [4].
El período de calentamiento constituye el tramo cierto en nuestra hipótesis del pulso térmico. El calentamiento ya está ocurriendo.
Aumento de las probabilidades de guerra nuclear
El choque entre la civilización y el medio ambiente está provocando otros impactos además del calentamiento. La biodiversidad se está reduciendo dramáticamente como resultado de los cambios en el uso de la tierra y el mar, la explotación de organismos vivos, el calentamiento global que hemos citado, la contaminación y la irrupción de especies invasoras en ecosistemas vírgenes; resultando en menos ecosistemas, menos especies dentro de ellos y menos diversidad dentro de cada especie. Esto compromete la calidad e intensidad de los servicios que la naturaleza presta a las personas, en un entorno donde la población está en aumento [5]
La civilización no solo está chocando contra los límites de los recursos, también los está modificando. El cambio climático afecta las actividades humanas que dependen de la constancia climática. En particular, la producción global de alimentos se verá cada vez más afectada y los rindes serán menores que los previstos dado que el clima no será igualmente predecible. Una reducción en la producción de alimentos en medio de un aumento de la población conduce directamente a una hambruna, al consecuente aumento en el número de enfrentamientos bélicos y el incremento en la probabilidad de utilización de armas nucleares.
Es importante observar que esta película ya está rodando. Los conflictos bélicos o cuasi bélicos ponen a naciones cada vez más poderosas en situación de confrontación. A la fecha, nueve países tienen armas nucleares: EEUU, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Hay un décimo país, Irán, que se encuentra en vías de desarrollarlas. Existen además seis países que tienen emplazadas armas en sus territorios pese a no producirlas, Italia, Alemania, Turquía, Países Bajos, Bélgica y Bielorrusia [6]. En la actualidad existen 12.100 ojivas de las cuales unas 9500 están activas [7]. Dos de estos países, Rusia e Israel, participan directamente de enfrentamientos bélicos en tanto que Corea del Norte se acerca a Rusia y envía soldados a su guerra con Ucrania. Tanto la guerra entre Rusia y Ucrania como los enfrentamientos entre Israel por un lado y Hamas, Hezbolá, Irán y Yemen por el otro, están incrementando los gastos militares en todo el mundo. El gasto en armamento nuclear aumentó un 13.4% en 2023 respecto a 2022 [8]. Si Irán se transformara en el décimo país nuclear, una de las confrontaciones actuales se habría dado entre dos naciones con armamento nuclear: Israel e Irán.
Luego de las cien ojivas, un país ya puede protagonizar un invierno nuclear (fig.1). A partir de allí, la probabilidad de una guerra nuclear no aumenta con el numero de ojivas o kilotones disponibles por país sino con la cantidad de países dentro del club nuclear. Si hubiera diez países nucleares en lugar de nueve, habría nueve pares nuevos de naciones nucleares y por lo tanto, nueve confrontaciones binarias posibles más. La trama de los posibles acuerdos de desarme también es más compleja porque cada nuevo actor es una nueva voz con quien negociar.
Es más probable que exista una guerra nuclear en los siguientes cien años si ya existe tecnología nuclear que si aún no existiera. Si ya existe, es más probable si ya se construyó una bomba nuclear que si aún no se construyó; y más probable si se construyeron muchas que si solo se construyó una, y más probable si los países están chocando contra el límite de los recursos del planeta que si los límites no apremian, y más probable si los países con armas nucleares son muchos que si son pocos, y más probable si acostumbran guerrear que si no tienen antecedentes de violencia.
No sabemos cual es la probabilidad de una guerra nuclear pero sí sabemos que está aumentando rápidamente. Ya poseemos la tecnología necesaria, ya sabemos construir una bomba nuclear, ya hemos lanzado dos y hemos construido muchas; estamos chocando contra límites ambientales; nueve países ya poseen armas nucleares y la especie humana tiene una frondosa historia de antecedentes bélicos. Estamos sentados en un polvorín, y nuestros protocolos están diseñados para que pueda volar por los aires en unos pocos minutos.
Con el incesante bamboleo de las tensiones internacionales, la probabilidad de una guerra nuclear se mece como una espiga en la brisa.
Invierno nuclear
Antes de la década del 80 se sabía que un arma nuclear puede pulverizar una ciudad y generar una nube radiactiva capaz de afectar a las zonas aledañas, y que las detonaciones de altura producen un pulso electromagnético sumamente intenso, capaz de dañar los dispositivos eléctricos y electrónicos en un amplio sector. Pero en 1982 Crutzen y Birks [8] publicaron un artículo bisagra sobre las consecuencias climáticas de una guerra nuclear generalizada: el invierno nuclear. En los años siguientes esta idea fue ampliada gracias a los trabajos de varios especialistas estadounidenses y rusos, quienes indirectamente impulsaron los acuerdos de reducción de armamentos en 1985 que disminuyeron el número de ojivas existentes de 65.000 a 12.000 [10].
La argumentación física es relativamente simple. Una detonación nuclear pulverizaría una ciudad, y el polvo se elevaría hasta la estratósfera, sobre las nubes, permaneciendo allí durante algunos años. Muchas detonaciones transportarían tanto hollín a la estratósfera que obstruiría el paso de la luz solar, generando en la superficie del planeta condiciones más frías, más oscuras y más secas, conocidas como invierno nuclear. Menos luz es menos energía. La vegetación, base de la cadena trófica, se vería gravemente afectada y se generaría una hambruna generalizada que afectaría a la humanidad y a toda la vida en el planeta [11].
Una detonación nuclear puede matar al enemigo, pero muchas detonaciones matan a la civilización y nadie gana la guerra. Esta es la novedad que Crutzen y Birks trajeron en el 82.
Si el polvo ascendiera solo hasta la troposfera, la lluvia lavaría el aire y en unos pocos meses volvería el Sol, Pero en la estratosfera no hay lluvia y la mera decantación gravitatoria lleva varios años. Este es un gran detalle; la humanidad tiene alimentos para sobrevivir unos meses, pero no para sobrevivir un par de años. La cantidad de muertos por la hambruna posterior depende de la cantidad de ojivas detonadas, pero si detonara solo el 3% del arsenal existente, la hambruna podría matar a 2.000 millones de personas al cabo de dos años [11].
La figura 1 muestra varios escenarios, variando la cantidad de ojivas detonadas y la intensidad de las mismas. Los cinco primeros casos modelan posibles enfrentamientos entre India y Paquistán (IP). Los dos últimos casos especulan sobre un enfrentamiento entre Rusia y EEUU (UR) si utilizaran la mitad del arsenal que poseen.
Figura 1. Cantidad de polvo atmosférico en Tg, cantidad de ojivas utilizadas y cantidad de muertes al segundo año si no hay comercio de comida entre países. *Suponiendo que es utilizada la comida que actualmente se desperdicia. Fuente: [10] |
La figura 2 muestra la variación de la temperatura global en cada caso. La temperatura llegará a un mínimo aproximadamente luego de 3 años de las detonaciones, recuperándose en los 10 o 12 años siguientes. Estos tiempos no dependen de la intensidad de las detonaciones, siempre habrá un pico mínimo a los tres años y una recuperación en los siguientes 10 años. La disminución de la temperatura, en cambio, sí depende de la intensidad: más ojivas de mayor potencia generan inviernos nucleares más severos.
Figura 2. Variación temporal de la temperatura global después de un conflicto nuclear. El código de colores designa la cantidad de carbono negro emitido. Fuente [12] |
Una conflagración nuclear leve ya ocasionaría un grave daño a la civilización; no solo por las muertes inmediatas y la hambruna posterior sino por la afectación electromagnética causada por las detonaciones ¿Está segura la información que guardamos en la nube? ¿Hasta cuándo habrá internet? ¿Se afectará la capacidad de comunicación masiva? ¿Todas estas calamidades podrán ser informadas a la población? ¿Hasta cuando habrá GPS, aviones, automóviles, electricidad? ¿Existirán aún los individuos suficientes para volver operativas estas tecnologías? y como consecuencia de todo esto ¿tendremos la capacidad logística necesaria para llevar adelante medidas de mitigación? Con el número de ojivas, crece también la probabilidad de que se extinga la civilización tal como la conocemos.
La escalada
Si se diera una detonación nuclear en suelo israelí ¿Cuál es la probabilidad de que Israel responda? Una vez que se cruza el umbral del uso de armas nucleares, la lógica de la guerra puede llevar a una escalada incontrolable. Cada bando podría tratar de asegurar su supervivencia o "ventaja" mediante ataques sucesivos, lo que resultaría en una serie de detonaciones.
La razón principal por la que existen las armas nucleares es la disuasión: "Si tu me atacas, yo te destruiré totalmente". Pero debido al invierno nuclear que generaría esa destrucción masiva, no se puede destruir al enemigo sin destruirse a sí mismo. Consecuentemente, la única forma de disuadir por este medio es la Destrucción Mutua Asegurada (MAD): "Si tu me atacas, destruiré el mundo". Esta es la consigna que ha mantenido la paz hasta el momento. La sigla MAD ciertamente califica la racionalidad de la estrategia. En inglés, "MAD" significa "loco"[13].
Algunos países podrían tener políticas de "lanzamiento bajo advertencia" (LOW), lo que significa que, ante la detección de un ataque nuclear y antes de que impacte la primera ojiva enemiga, se autoriza el lanzamiento de las propias armas nucleares como medida preventiva. Esto reduce drásticamente el tiempo de reacción y aumenta la probabilidad de una respuesta automática. Este tipo de doctrina también conduce a una escalada frente a una primera detonación.
Estados Unidos, Rusia, Francia y Reino Unido mantienen cerca de 2.000 ojivas en estado de alerta máxima, listas para ser lanzadas en cuestión de minutos. Esta postura de alta alerta incrementa el riesgo de una escalada rápida en caso de un primer uso [7]. Además, en medio de un ataque nuclear, los sistemas de comunicación y control podrían verse comprometidos por fallas en los equipos, dificultando la negociación o la contención del conflicto. Esto aumenta el riesgo de decisiones erróneas y respuestas automáticas.
Componiendo el pulso térmico
En un escenario de guerra nuclear, la oscilación o pulso térmico es la consecuencia del calentamiento actual, seguido del enfriamiento causado por un invierno nuclear. Toda la oscilación es antropogénica. Primero se calienta la atmósfera debido al tamaño de nuestras actividades y luego se enfría drásticamente cuando todo sale de control y se hace evidente que no podemos manejar semejante tecnología.
Los ritmos de incremento y disminución no son simétricos, esperamos un incremento lento y una disminución muy rápida. La temperatura media demoró 175 años en incrementarse 1.5°C y luego de una guerra nuclear podría disminuir entre 1°C y 10°C en solo 3 años. Es como sacudir una mesa navideña, llena de platos, vasos y botellas. Eso sí, tardamos cinco segundos en moverla diez centímetros hacia un lado y un segundo en moverla un metro hacia el otro lado y volverla a su lugar. Las cosas serían un tanto inestables en la ida pero todo se caería en la vuelta. El invierno nuclear es mucho más veloz e intenso que el calentamiento.
La temperatura del planeta se sacudirá, oscilando bruscamente hacia arriba y hacia abajo, dejando un tendal de muerte y desolación. ¿Qué ocurrirá luego; recuperación o reinicio?
Consecuencias en la biósfera
La lenta lluvia de mutaciones sobre el ADN produce individuos con características diversas. Una selección natural decide cuál se reproduce más y cuál se reproduce menos. Esta es la clave de la evolución darwiniana y es lenta porque debe esperar el devenir de mutaciones aleatorias para que una selección natural opere luego sobre ellas.
Las características que se premian o castigan dependen del entorno, pero cuando este cambia bruscamente, la producción de mutaciones aleatorias no tiene tiempo de operar. En un clima que se calienta rápido, la biodiversidad disminuye porque los individuos mejor adaptados a las altas temperaturas son aquellos que, casualmente, ya contaban con las mutaciones necesarias. Si no hubieran tales individuos, no habría tiempo para que ocurran mutaciones.
En un clima que se enfría ocurre lo mismo pero con signo contrario: las mutaciones que favorecen la supervivencia en un entorno frio son ahora las que tienen mayores posibilidades. Pero no hay tiempo para que ocurran nuevas mutaciones de modo que la selección se opera entre las que ya existen. En un clima que se enfría bruscamente, la biodiversidad disminuye, dando paso eventualmente a los individuos mejor adaptados al frío, que son una minoría aleatoria de mutantes.
El pulso térmico es el peor escenario para la biodiversidad. El calentamiento inicial favorece a los individuos mejor adaptados al calor, y entre ellos se opera luego un enfriamiento abrupto, cuando ya no hay mutaciones que se adapten al frío.
La asimetría en los ritmos de calentamiento y enfriamiento también es preocupante. Con el calentamiento de 1.5°C operado en los últimos 175 años se incrementó el ritmo de extinción de especies entre unas decenas y unos cientos de veces respecto a los últimos 10 millones de años [5 A5)]. ¿Qué debemos esperar que ocurra luego de un enfriamiento de 10°C operado en 3 años?
Las consecuencias de este pulso térmico en la biósfera no tienen muchos antecedentes. Olvidando el calentamiento inicial, toda reducción de la temperatura implica menos energía incidente y por lo tanto, una biósfera más pobre. Hace 66 millones de años, el enfriamiento ocasionado por el impacto de un gran asteroide en Chicxulub, México, produjo la extinción del 75% de la vida, incluyendo a casi todos los dinosaurios. El hollín de los incendios enturbió la atmósfera y produjo un invierno que duró 15 años y redujo la temperatura hasta 15°C, antes de decantar [14]. Pero no hubo oscilación térmica; solo invierno.
El impacto del pulso térmico podría ocasionar una reducción poblacional tan drástica que ya no sería suficiente para sostener a la tecnosfera, causando su extinción, y aun la de nuestra propia especie.
Preparación anterior, cultura posterior
Ante la actual coyuntura nuclear, se presentan dos imperativos: evitar una guerra nuclear y prepararnos para la posibilidad de que ocurra.
Una mirada ingenua podría objetar la aparente contradicción de esta estrategia: ¿Cómo llevar adelante una cruzada enfáticamente contraria a una guerra nuclear al mismo tiempo que nos preparamos para subsistir después de ella?. Sin embargo, después de una guerra nuclear, no podremos hacer nada que no hayamos preparado antes. Es prioritario evitar la guerra, pero no prepararse para sus posibles consecuencias sería una irresponsabilidad mayúscula. La preparación previa es un imperativo absoluto, tanto para la ONU como para cualquier actor privado que entienda las consecuencias de esto.
Probablemente una guerra nuclear no sea cosa de un día o dos sino de unos cuantos meses. Tal vez el tiempo que tarda el polvo en obstruir la luz, la oscuridad en afectar la producción de alimentos y ésta en generar una hambruna, lleven a los líderes a creer que nada grave está ocurriendo y después de un primer evento, sigan adelante con las detonaciones.
Además de la destrucción y las nubes radiactivas, una guerra nuclear dejará al común de los mortales sin dispositivos electrónicos, sin inteligencia artificial, sin GPS, sin internet, sin celulares ni computadoras. Los pulsos electromagnéticos de las explosiones destruirán muchos dispositivos electrónicos. Los sistemas de comunicación, producción y transporte de energía y otros muchos servicios se verán afectados cuando se reduzca sensiblemente el personal que debe soportarlos. La comida se encarecerá al reducirse la temperatura y a partir de cierto momento su escasez encenderá el caos.
El 90% de la población vive en el hemisferio norte. Una guerra nuclear copiará esta distribución y depositará mucho más polvo en el norte, donde habrá menos luz, más hambre y más muertes. Los países cuya producción de alimentos sea suficiente para sostener a sus poblaciones sufrirán consecuencias menos graves y se concentrarán en el hemisferio sur; tal vez Argentina, Australia y Nueva Zelanda [11]. A partir de allí debe iniciarse la reconstrucción.
Los escenarios posibles deben ser minuciosamente explorados y se debe consensuar y diseñar la acción posterior a fin de mitigar la hambruna, la mortandad y los efectos adversos, y revertir la destrucción tecnológica, sabiendo que en unos pocos años se corregirá el desequilibrio térmico. Esto debe prepararse ya; de ello puede depender el futuro de nuestra civilización.
La catástrofe humanitaria generada por una guerra nuclear dejará una profunda cicatriz cultural. El esquema de países compitiendo por recursos habrá fracasado. Las fronteras son construcciones imaginarias transmitidas de generación en generación, y serían distintas si los padres hubieran enseñado otros límites a sus hijos. Nunca existieron líneas reales separando países ni países separando personas. No es una opinión, sino un hecho que cualquier satélite puede fotografiar. Una guerra nuclear podría ser el inicio de una adaptación de la cultura a ese hecho.
Una guerra nuclear tendrá también un profundo impacto psicológico en las personas y hay evidencias de que la herencia epigenética puede transmitir las consecuencias de traumas extremos a las generaciones futuras [15]. Sin embargo, no podemos saber qué efecto agregado puede tener este fenómeno, cómo repercuten los cambios epigenéticos individuales producidos por un holocausto global en la cultura de las generaciones futuras.
La reconstrucción debe implicar, ante todo, un profundo cambio cultural y comportamental. Para convivir con una tecnología poderosa, la civilización debe ser un organismo y no un conjunto de órganos compitiendo entre ellos, el cerebro contra los riñones, los pulmones contra el corazón. Una guerra nuclear mostrará de la manera más desgarradora que las guerras ya no son adaptativas. Hay una relación entre el tamaño de la tecnología y el tipo de comportamiento de una especie tecnológica que se pone en evidencia cuando la tecnología llega al umbral autodestructivo. Una guerra nuclear puede ser el doloroso punto de inflexión para que esa relación se haga evidente. Esta observación puede generalizarse al estudio de exocivilizaciones.
Si la civilización se restaura sin un cambio cultural genuino, las probabilidades de una guerra nuclear volverán a elevarse conforme se recomponga la tecnología para ello. Una civilización tecnológica será estable si es capaz de resolver conflictos sin recurrir a las guerras.
Conclusiones
Una guerra nuclear y su posterior invierno nuclear generaría a continuación del actual calentamiento una abrupta reducción de la temperatura. El calentamiento global es rápido; en solo 175 años la temperatura se incrementó 1.5°C afectando significativamente la biodiversidad. Pero un invierno nuclear sería mucho más brusco reduciendo la temperatura hasta 10°C en solo 3 años. La adaptación de la biósfera frente a esta brusca sacudida térmica podría significar la extinción de la tecnosfera y aún de nuestra propia especie.
La humanidad debe evitar un invierno nuclear presionando culturalmente en contra del uso de la armas nucleares; pero también debe prepararse para el caso en que lo hubiera.
El pulso térmico y la guerra nuclear revelan una relación entre el tipo de comportamiento humano y el tamaño de su tecnología. Cuando la tecnología incluye la capacidad nuclear, las guerras dejan de ser adaptativas. Esta relación podría generalizarse a otras especies tecnológicas y sus civilizaciones.
Referencias
[1] https://www.ipcc.ch/report/ar6/syr/resources/spm-headline-statements
consultado el 28/12/24
[2] https://data.giss.nasa.gov/gistemp/animations/TEMPANOMALY_05_2023_pdiff.mp4
consultado el 29/12/24
[3] https://www.nasa.gov/news-release/temperatures-rising-nasa-confirms-2024-warmest-year-on-record/ consultado el 17/01/2025
[5] https://files.ipbes.net/ipbes-web-prod-public-files/ipbes_7_10_add.1_es.pdf
consultado el 12/01/2025
[6] https://www.icanw.org/nuclear_arsenals
consultado el 01/01/2025
[7] https://fas.org/initiative/status-world-nuclear-forces/
consultado el 01/01/2025
[8] Surge: 2023 Global Nuclear Weapons Spending. (2024). The International Campaign to Abolish Nuclear Weapons (ICAN).
https://assets.nationbuilder.com/ican/pages/4079/attachments/original/1718371132/Spending_Report_2024_Singles_Digital.pdf?1718371132
[9] Crutzen, PJ y Birks, JW (1982) La atmósfera después de una guerra nuclear: Crepúsculo al mediodía. Ambio, 11, 114–125. https://www.researchgate.net/publication/236736050_The_Atmosphere_after_a_Nuclear_War_Twilight_at_Noon
[10] Robock, A., Xia, L., Harrison, CS, Coupe, J., Toon, OB y Bardeen, CG (2023). Opinión: Cómo el miedo al invierno nuclear ha ayudado a salvar al mundo, hasta ahora, Atmos. Chem. Phys., 23, 6691–6701, https://doi.org/10.5194/acp-23-6691-2023
[11] Xia, L., Robock, A., Scherrer, K. et al. Inseguridad alimentaria mundial y hambruna por la reducción de la producción agrícola, pesquera y ganadera debido a la alteración climática provocada por la inyección de hollín de la guerra nuclear. Nat Food 3 , 586–596 (2022). https://doi.org/10.1038/s43016-022-00573-0
[12] Owen B. Toon y otros. (2019) La rápida expansión de los arsenales nucleares en Pakistán y la India presagia una catástrofe regional y mundial. Sci. Adv. 5 , eaay5478 (2019). DOI: 10.1126/sciadv.aay5478
[13] https://es.wikipedia.org/wiki/Destrucci%C3%B3n_mutua_asegurada
consultado el 12/01/2025
[14] Senel, CB, Kaskes, P., Temel, O. et al. (2023) El invierno de Chicxulub se vio afectado por el polvo fino de silicato. Nat. Geosci. 16 , 1033–1040 (2023).
https://doi.org/10.1038/s41561-023-01290-4
[15] Bale, T. (2015). Reprogramación epigenética y transgeneracional del desarrollo cerebral. Nat Rev Neurosci 16 , 332–344. https://doi.org/10.1038/nrn3818
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