Una tecnosfera inestable
Introducción
El discurso ecologista ha evolucionado desde una visión romántica, donde se afirmaba que la civilización esta destruyendo la naturaleza, que la Tierra es nuestro único hogar y que debemos aprender a convivir con ella, hacia una descripción más objetiva y cuantificable, capaz de describir hechos concretos y de evaluar soluciones genuinas.
Esa primera ola ecológica tuvo un impacto cultural profundo, y marcó el inicio de una toma de consciencia irreversible: nuestros actos afectan el medio ambiente, y cuando la población y el alcance de su tecnología superan ciertos límites, ese impacto se vuelve peligroso.
El enfoque actual se centra en el concepto de tecnosfera: el conjunto de todos los seres humanos, los elementos que estos generan o modifican, y los sistemas y relaciones que operan entre ellos. Esto incluye ciudades, carreteras, represas, campos de cultivo y residuos acumulados que no se descomponen.
Aunque somos los creadores y sostenedores de la tecnosfera, también dependemos de ella para vivir. Su estructura y su impacto varían según la geografía y las clases sociales. Su cuerpo es enorme, su crecimiento es vertiginoso y padece de una grave disfunción: no descompone los desechos que genera.
La ausencia de sistemas para la tecnodescomposición, junto con el riesgo de usar tecnologías poderosas contra nosotros mismos, nos lleva a preguntarnos si estamos a tiempo de evitar un colapso global.
En apenas unas pocas generaciones, nos hemos adaptado a un entorno tecnológico en constante transformación, pero aún no hemos logrado construir y mantener una tecnosfera estable. Surge entonces la pregunta: ¿podremos alcanzar esa estabilidad únicamente a través de un cambio cultural, o será necesaria una genética para los comportamientos, que se transmita de generación en generación?
La geosfera, la biosfera y más allá
Cuando la luz de las estrellas llega a sus mundos anfitriones, desencadena una serie de procesos cuya intensidad depende de las características de la superficie. En un planeta rocoso sin atmósfera ni océanos, la luz simplemente calienta la roca, se refleja y regresa al espacio. Si el planeta tiene atmósfera, la luz la atraviesa de ida y de vuelta, calentando el aire y generando movimientos térmicos en ella. Si también alberga océanos, la interacción se vuelve mucho más compleja, moviendo tanto el aire como el agua y creando patrones climáticos definidos.
La geosfera terrestre es el sistema formado por la atmósfera, el suelo (o litosfera), el agua (o hidrósfera) y los hielos (o criosfera); allí se desarrollan todos los fenómenos climáticos. El término "geosfera" sugiere que estos componentes forman un todo integrado, como una esfera.
Con el tiempo, una parte de la geosfera evolucionó hacia formas más sofisticados de disipar energía. Las moléculas se autoorganizaron y, tras millones de años, dieron lugar a estructuras disipativas moleculares capaces de inducir la creación de otras estructuras similares. Primero surgió la reproducción y, posteriormente, la replicación, donde no solo se copiaban las estructuras, sino también la información necesaria para formar nuevas versiones de ellas. El entorno se llenó de replicadores, y la selección natural, actuando sobre los errores de copiado, dio lugar a la extraordinaria biodiversidad que observamos hoy.
La porción de la geosfera que contiene organismos vivos es la biosfera; un sistema colosal donde las especies están interconectadas de manera compleja y la eliminación de una de ellas puede alterar a sus vecinas, o bien afectar elementos comunes que mantienen la estabilidad del sistema.
Podemos ver a la biosfera como una parte de la geosfera que se ha modificado para disipar energía de forma altamente eficiente a través de estructuras moleculares replicativas. Con cada respiración, la geosfera "pura" entra y sale de la biosfera.
Desde una perspectiva física, la biosfera abarca más que el conjunto de organismos vivos. Incluye también las estructuras creadas por ellos, como los nidos de horneros, los diques de castores o los túneles de lombrices. Estas estructuras forman parte de la biosfera siempre que estén determinadas genéticamente. Los horneros, por ejemplo, construyen sus nidos siguiendo un patrón codificado en sus genes, lo que convierte a los nidos en parte integral de la biosfera.
La masa asociada a las actividades humanas supera por mucho a la masa afectada por otras especies; sin embargo, buena parte de esa masa, como los automóviles o los edificios, no pertenece a la biosfera ya que su origen no está determinado genéticamente, a diferencia de los nidos de las aves o los túneles de las lombrices.
Algunos materiales de la biosfera también han sido afectados por las actividades humanas. Las tierras de cultivo, por ejemplo, son parte tanto de la geosfera como de la biosfera, pero han sido alteradas por el hombre mediante el arado de la tierra, la fertilización y el uso de pesticidas. La plantas cultivadas también se diferencian de sus ancestros silvestres debido a las intervenciones humanas, como la selección de semillas, la irrigación o la bioingeniería; son un híbrido entre lo natural y lo artificial, un reflejo de la interacción entre la biosfera y el entorno modificado por la mano humana.
Una definición para la tecnosfera
La necesidad de conceptualizar la porción de nuestro mundo transformada por nuestras actividades ha dado origen al término tecnosfera.
El geólogo Peter Haff introdujo el concepto en 2014, definiéndolo como el conjunto interconectado de sistemas de comunicación, transporte, burocráticos, y otros, que actúan en conjunto para metabolizar combustibles fósiles y otras fuentes de energía. Con el tiempo, esta definición ha evolucionado, enfocándose más en su origen artificial que en su función metabólica, y describiendo la tecnosfera como el conjunto de seres humanos, los elementos que estos generan o modifican, y las relaciones y sistemas que operan entre ellos.
Igual que la geosfera y la biosfera, la tecnosfera disipa la energía proveniente del sol, pero también metaboliza la energía acumulada en el pasado a través del uso de combustibles fósiles. De hecho, exceptuando la producción agrícola y ganadera, la mayoría de nuestras actividades provienen de combustibles fósiles.
Si bien no existe una diferenciación tajante, debemos distinguir entre elementos modificados por el ser humano y materiales generados artificialmente. Entre los elementos modificados se encuentran las tierras de cultivo, los animales domesticados, las selvas taladas para madera o agricultura, las montañas explotadas para extraer minerales, y las tierras removidas para construir edificios. Entre los elementos generados están las computadoras, las carreteras, las ciudades, y los millones de productos organizados en los estantes de los supermercados. Estos objetos manufacturados se producen bajo condiciones ambientales artificiales, muchas veces ajenas a los ciclos naturales.
Tanto los elementos modificados como los generados por nosotros son transformaciones medioambientales no genéticas sino culturales. La decisión de practicar la agricultura, por ejemplo, no está determinada por el ADN humano; es una cuestión cultural. A diferencia de las hormigas que cultivan hongos siguiendo su genética, los seres humanos practican o no la agricultura según el contexto cultural en el que crecen. Por esta razón, los cultivos humanos pertenecen a la tecnosfera, mientras que los cultivos de hongos de las hormigas permanecen en la biosfera.
Existe una estructura lógica asociada al cuerpo físico de la tecnosfera, formada por un conjunto de relaciones y una familia de sistemas.
Una camisa está hecha con tela, hilos, botones, etiquetas de fasco; fue cortada con una máquina cortadora de telas y cosida en una máquina de coser por operadores humanos. La tela fue fabricada en un telar a partir de varios hilados y enrolladas en cilindros de cartón. El telar tiene tornillos, rodamientos, cables, motores, mangueras, aceite. Para describir una simple camisa ingresamos en una ancha red de insumos e insumos de insumos. Además, los tornillos del telar se fabrican en máquinas que también tienen tornillos que también se fabricaron en máquinas con más tornillos, retrocediendo hacia el pasado y recalando en máquinas tornilleras cada vez más antiguas. La tecnosfera contiene así un entramado de relaciones entre objetos artificiales extendida en el espacio y el tiempo, que la muestra como una vasta red unificada.
Además de estar relacionados entre sí, los elementos de la tecnosfera se relacionan con la biosfera y la geosfera. Por ejemplo, los cultivos son parte de la tecnosfera pero el trigo cultivado es parte de la biosfera y su producción involucra elementos de la geosfera, como el dióxido de carbono y los nutrientes inorgánicos del suelo. De este modo, la tecnosfera está conectada y depende de los sistemas naturales.
En la tecnosfera también existen sistemas, conjuntos de objetos que exhiben capacidades emergentes. Una capacidad emergente es una propiedad o función que aparece cuando los elementos de un sistema trabajan juntos, pero que no está presente en esos elementos por separado. Por ejemplo, el sistema de comunicación es una capacidad emergente. Un teléfono móvil permite la comunicación, pero esta capacidad no se debe sólo al teléfono sino a una vasta infraestructura de antenas, satélites, centros de datos y el resto de los teléfonos móviles. La comunicación es, por lo tanto, el resultado emergente de todo el sistema.
Estos sistemas también se relacionan entre sí. Un teléfono móvil forma parte del sistema de comunicaciones, pero requiere energía para funcionar, por lo que debe conectarse al sistema eléctrico. A su vez, el sistema eléctrico depende de la comunicación para gestionar la distribución de la energía en tiempo real, mostrando cómo los sistemas dentro de la tecnosfera están interconectados.
Podemos definir formalmente la tecnosfera $T$ como una terna compuesta por una masa física $F$, un conjunto de relaciones $R$ entre elementos de $F$ y un conjunto de sistemas $S$ formados por objetos de $F$ que presentan capacidades emergentes $$T=(F,R,S)$$Aquí, $F$ representa el cuerpo físico de la tecnosfera, mientras $R$ y $S$ definen su estructura: $R$ describe cómo interaccionan las partes del cuerpo físico y $S$ muestra sus capacidades emergentes.
Finalmente, existen construcciones lógicas que no tienen masa, como el sistema horario, la lógica matemática o la información. No pertenecen a la tecnosfera según nuestra definición, pero casi siempre se apoyan en ella. El sistema horario, por ejemplo, es una entidad abstracta, pero los relojes que lo miden son parte de la tecnosfera. Un sistema de gobierno es una construcción lógica que gestiona la educación, la seguridad y la salud, pero las herramientas físicas necesarias para llevar a cabo estas funciones, como pizarras, uniformes, jeringas y edificios, forman parte de la tecnosfera.
La tecnosfera y los hombres
La tecnosfera emerge de nuestra capacidad para resolver problemas. Si el Homo sapiens desaparece, la tecnosfera desaparece con él. Sin embargo, si despojamos el entorno de tecnología, nuestra supervivencia también se vería comprometida. Tendríamos que encontrar formas de obtener alimentos, buscar refugio y protegernos de la lluvia, el frío y el calor. Imaginemos que, de pronto, la ciudad de Buenos Aires desaparece, dejando a 13 millones de personas sin tecnología, paradas en el barro, mirándose unos a otros, sin medios para satisfacer sus necesidades básicas. ¿Cuántos podrían sobrevivir en esas condiciones?
La humanidad, en su proceso evolutivo, ha dado origen a la tecnosfera. Esta, a su vez, se ha convertido en un pilar fundamental para la supervivencia humana. La relación entre ambas es simbiótica, pero marcada por profundas desigualdades. La distribución geográfica y el acceso a la tecnología no son homogéneos, lo que genera disparidades significativas en el impacto que esta ejerce en la vida de las personas.
Un cazador recolector que vive en una tribu del Amazonas, aislado de la civilización, posiblemente no contribuya a construir la gran tecnosfera, pero tampoco se vería particularmente afectado por su ausencia; ya sabe como guarecerse del frío, del calor y de la lluvia y como obtener sus alimentos. En cambio, un ciudadano neoyorquino que posiblemente participa en el sostenimiento de alguna porción de la tecnosfera y disfruta de los beneficios de la misma, se vería sumamente afectado por su ausencia.
Quienes más tecnosfera construyen y soportan, más se benefician con ella y más se perjudicarían con su ausencia
La tecnología está reduciendo las poblaciones humanas que dependen poco de la tecnosfera y aumentando las poblaciones altamente tecnificadas. De modo que la cantidad de personas que se afectarían con un eventual colapso de la tecnosfera y la intensidad como lo harían es mayor a medida que pasa el tiempo
La tecnomasa
Para cuantificar la magnitud de la tecnosfera, calculamos su masa total, a la que denominamos tecnomasa.
En 2016, los profesores Jan Zalasiewicz, Mark Williams y Colin Waters, junto con un equipo internacional de geólogos coordinado por la Universidad de Leicester, publicaron la primera estimación de la tecnosfera. Estimaron su tamaño en 30 teratoneladas ($3.10^{13}$ toneladas), lo que incluye tierras de cultivo, animales criados, áreas urbanas, rutas y ferrocarriles, dióxido de carbono emitido, construcciones diversas y artículos manufacturados [1][2]. Esta cantidad de tecnomasa sería suficiente para cubrir el planeta con una capa de 6 cm de espesor, con una densidad similar a la del agua, equivalente a 60 kilogramos por metro cuadrado del planeta.
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Otra manera de dimensionar la tecnomasa es comparándola con la cantidad de materia utilizada por otras especies. El castor es conocido por modificar significativamente su entorno, construyendo diques que pueden tener una masa varias veces mayor que la suya. Podemos estimar que cada castor genera hasta 500 veces su masa en diques. $$\frac{m_{dique}}{m_{castor}}\approx 500$$
Al comparar a los humanos con la tecnosfera, considerando que la masa promedio de un humano es de 0.07 toneladas (70 kg), que había 7.500 millones de humanos en 2016 (525 millones de toneladas) y que la tecnomasa era de 30 billones de toneladas, tenemos:$$\frac{m_{tecnomasa}}{m_{humano}}\approx 57142$$Esto implica que el ser humano ha utilizado aproximadamente 57.000 veces su masa en elementos artificialmente modificados o generados.
También podemos comparar el tamaño de la tecnosfera con el de la biosfera. Se ha estimado que la masa de todos los organismos vivos en la Tierra es de unas 550 gigatoneladas de carbono [3]. Suponiendo que el carbono constituye la mitad de la masa seca de un organismo promedio [4] y que la masa seca es solo el 20% de la masa total (el resto es agua) [5], la masa total de la biosfera es de 5.5 teratoneladas. Dado que la tecnosfera tiene una masa de 30 teratoneladas, resulta ser cinco veces mayor que la biosfera. Según esto, y más allá de los errores cometidos en las estimaciones, las actividades humanas son, con mucho, las que dominan el planeta en la actualidad.
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| Figura 1 |
La relación entre la tecnosfera, la biosfera y la geosfera se ilustra claramente en la Figura 1. La geosfera es el sustrato donde ocurre todo. Tanto la biosfera como la tecnosfera son partes de la geosfera. Además, una parte de la tecnosfera también pertenece a la biosfera, incluyendo todos los organismos vivos involucrados en actividades artificiales, como el trigo cultivado, las vacas en los rebaños criados o las abejas en los panales artificiales. La figura muestra que la tecnosfera es más grande que la biosfera, y todo parece indicar que la biosfera se está reduciendo [7] mientras que la tecnosfera sigue expandiéndose.
Crecimiento de la tecnosfera
El Homo sapiens ha existido durante aproximadamente 200.000 años. En el último 1% de su historia, su población experimentó un crecimiento explosivo, pasando de 200 millones de personas hace 2.000 años a 8.000 millones en la actualidad (2024).
En contraste, la tecnosfera era prácticamente inexistente hace 2.000 años y era aún insignificante hace 300 años. Si en el siglo XVIII la tecnomasa se hubiera comparado con una capa que recubre el mundo, su espesor habría sido microscópico.
La tecnosfera es, por tanto, un fenómeno reciente caracterizado por un crecimiento explosivo. Algunos especialistas se refieren a él como La Gran Aceleración [6] [7], un período que comenzó alrededor de 1950, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, durante el cual se produjo un aceleración en el crecimiento industrial, la población, el consumo de energía, el uso de agua, la aplicación de fertilizantes, la construcción de represas, el transporte, las telecomunicaciones y muchos otros aspectos relacionados con las actividades humanas.
La biosfera tardó miles de millones de años en formarse y adaptarse. En comparación, la tecnosfera emergió en solo 80 años y ya es cinco veces más grande que la biosfera. Es una masa gigantesca que hace 300 años prácticamente no existía, que irrumpió de repente y que debe estabilizarse en forma urgente para evitar su desintegración.
Una tecnosfera frágil
La tecnosfera es insustentable y potencialmente autodestructiva. No cuenta con los mecanismos necesarios para perdurar y ya ha desarrollado la tecnología necesaria para suicidarse si así lo deseara.
Insostenibilidad
La biosfera se basa en dos pilares: los componedores y los descomponedores. Los componedores, como plantas y animales, toman nutrientes y los integran a sus organismos. Los descomponedores, como hongos y bacterias, procesan organismos muertos o partes muertas de organismos vivos, generando nutrientes nuevamente. Ambos procesos ocurren a un ritmo que asegura la estabilidad de la biosfera. Sin los descomponedores, la biosfera no podría mantenerse.
En contraste, la tecnosfera carece de descomponedores. El ser humano extrae materias primas, produce dispositivos, los utiliza y luego los descarta. Este ciclo deja tierra arrasada a un costado del camino y una montaña de desechos al otro costado. No existe un proceso artificial que descomponga estos residuos y los transforme nuevamente en materia prima. El reciclaje y la reutilización constituyen una postergación del problema y no una verdadera descomposición.
Es ingenuo esperar que los descomponedores de la biosfera procesen los residuos de la tecnosfera. Los residuos biodegradables pueden ser descompuestos por organismos naturales pero la mayoría de los residuos antropogénicos no son biodegradables. Es como comer sin excretar; la tecnosfera, acumula residuos sin una forma efectiva de descomponerlos.
Imaginemos que la biosfera no descompusiera lo que utiliza. Todos los cuerpos muertos estarían allí, formando una montaña de basura, como cuando un lago se seca y queda el cardumen en la orilla. Pero la acumulación de residuos biológicos sería solo la mitad del problema. La biosfera extraería nutrientes y no los repondría, de modo que la escasez de nutrientes pronto se haría notar. A partir de cierto momento, las hojas de tu árbol dejarán de crecer en primavera porque año tras año las hojas muertas no se han descompuesto y la tierra se ha quedado sin nutrientes. Del mismo modo, una tecnosfera que acumula residuos tarde o temprano padecerá escasez de recursos.
La tecnosfera debe diseñar urgentemente tecnodescomponedores, dispositivos tecnológicos que se sumen a la biodegradación natural y procesen los residuos antropogénicos al ritmo necesario hasta transformarlos nuevamente en materias primas.
Pero el diseño de tecnodescomponedores no basta. Necesitamos "necesitar menos", consumir menos sin sentir carencias, producir menos residuos, diseñar productos descomponibles y diseñar un sistema de separación y transporte que asegure que todos los residuos son transformados y que no existe acumulación.
Esta gesta es enorme y requiere modificar radicalmente la cultura existente y el tipo de comportamiento necesario para sostenerla. Si los individuos priorizan el beneficio individual al interés general, sólo podrán desarrollarse formas rentables de tecnodescomposición y un sistema así podría ser profundamente insuficiente. La estabilidad de la tecnosfera es prioridad frente al beneficio individual.
Suicidio tecnológico
Nuestra tecnología ya es suficientemente poderosa como para permitir que nos suicidemos al utilizarla. Existen varias formas en que esto puede ocurrir:
- Desarrollar tecnología bélica cuya utilización dañe a la civilización.
- Desarrollar inteligencia artificial que atente contra la civilización
- Desarrollar organismos patógenos que atenten contra nuestra especie.
A diferencia de las dos últimas alternativas, dónde la tecnología necesaria aún no se ha desarrollado totalmente, el primer caso ya es una realidad. Ya hemos desarrollado armas nucleares, ya las hemos probado, ya las hemos fabricado en masa y ya las hemos emplazado apuntándolas milimétricamente, las unas contra las otras.
Conforme la tecnosfera crece, la civilización se acerca a los límites de los recursos planetarios. Esto impulsa un incremento en la cantidad e intensidad de conflictos de intereses, un aumento en las tensiones internacionales, en el número de episodios bélicos y consecuentemente en las probabilidades de utilización de armas nucleares.
La utilización de armamento nuclear puede generalizarse rápidamente. La civilización está agazapada y esperando. Un primer episodio de utilización disparará otros y éstos, otros más, como si fuera la chispa que genera un estallido. Es difícil imaginar que algún actor se detenga luego que se enciende la mecha.
La utilización masiva de armas nucleares produciría una profunda degradación de la tecnosfera llevándonos al fin de la civilización tal como la conocemos. Las detonaciones generan un episodio térmico puntual y destructivo caracterizado por la explosión y su onda expansiva, pero la radiación resultante puede afectar regiones aleatorias mucho tiempo después formando nubes radiactivas que se desplazan impulsadas por el viento.
Una conflagración que incluya a cientos o miles de ojivas desencadenará un invierno nuclear. El polvo levantado por las detonaciones permanecerá en la atmósfera durante meses opacando la luz del Sol y afectando gravemente la producción de alimentos en la base de la cadena trófica. Pensemos que la biosfera tiene 550 Gt de carbono en total, de las cuales 450 Gt de carbono son las plantas [3]. La hambruna ocasionada impactará en regiones mucho más extensas que las inicialmente atacadas, afectando incluso a los propios países atacantes.
En resumen, tanto la insostenibilidad por falta de tecnodescomposición como la posibilidad de un suicidio tecnológico atentan contra la estabilidad de la tecnosfera.
Más allá del punto de no retorno
Imaginemos un automóvil que avanza a toda marcha contra una pared. Todavía puede frenar o cambiar de dirección; pero a medida que se acerca al muro, sus posibilidades disminuyen hasta que, a partir de cierto punto, ya no será posible evitar el choque. Ese es el punto de no retorno. Nada cambia inmediatamente después de atravesarlo; el auto será el mismo, su velocidad será la misma, las charlas en la cabina serán las mismas, pero la situación habrá cambiado dramáticamente: el choque ya estará determinado.
La tecnosfera actual es una estructura enorme que ha crecido en solo 80 años y no sabe descomponer los residuos que genera. Como consecuencia está causando una acumulación de residuos que incluye un marcado incremento de CO2 en la atmósfera [8]. Solo esto ya está ocasionando un proceso de cambio climático que atenta contra las actividades que dependen de la constancia climática y, en particular, contra la producción de alimentos, aumentando las chances de una hambruna generalizada e incrementando los conflictos de intereses, las guerras y las probabilidades de utilización de armamento nuclear.
La tecnosfera también avanza hacia un punto de no retorno. Precisar esta perspectiva implica describir el muro hacia el que nos dirigimos y señalar el momento en que ya no podremos evitar la colisión. Algunos escenarios serían claramente indicativos:
- Drástica reducción global en el suministro de alimentos, agua potable y energía
- Degradación ambiental severa
- Caos social y desintegración de las instituciones gubernamentales
La tecnosfera chocará contra el muro cuando se den al menos estas condiciones. El punto de no retorno marcará el instante a partir del cual la tecnosfera avance inexorablemente hacia ese "día D".
Igual que los pasajeros del auto, no notaremos nada extraño al atravesar el punto de no retorno. La gran incógnita entonces, es saber si ya lo hemos atravesado o si aún podemos librarnos del colapso. Esa incógnita es también una gran certeza: Reconocer que ya no es simple definirlo.
Genes para la estabilidad de la tecnosfera
La tecnosfera era despreciable hace 300 años y 15 generaciones después se ha transformado en una estructura más grande que la biosfera. La tecnología ha transformado de una manera radical nuestro entorno y las competencias necesarias para sobrevivir en él, sin embargo, la selección natural no ha tenido tiempo de adaptar nuestra genética a estos cambios; toda la adaptación ha sido cultural.
Para que nuestros comportamientos posibiliten una tecnosfera perdurable deben asegurar la tecnodescomposición y anular todo riesgo de suicidio tecnológico abandonando las guerras como forma de resolver conflictos de intereses.
La evolución cultural ha sido suficiente para permitirnos vivir en un entorno tecnológico, pero aún no fue capaz de generar una tecnosfera segura y estable. La pregunta es si la perdurabilidad de la tecnosfera será posible sólo como resultado de una evolución cultural o si requerirá además de una genética heredable en nuestra especie.
En una economía de mercado, la tecnodescomposición sólo es viable cuando asegura la rentabilidad del actor económico que la lleva adelante. Es importante determinar entonces, si las prácticas de descomposición viables dentro de la economía de mercado son suficientes para sostener una tecnosfera estable. Si no lo fueran, la humanidad debería desarrollar la función de tecnodescomposición fuera de la economía de mercado y las adaptaciones del comportamiento para que esto sea posible podrían requerir de una base genética o epigenética heredable. Muchos individuos podrían seguir buscando un beneficio individual cuando la supervivencia de la tecnosfera impone prácticas de rentabilidad individual negativa.
Evitar el suicidio tecnológico también podría exigir un cambio en la herencia de nuestros comportamientos. No utilizar armas nucleares, a largo plazo, implica abandonar la guerra como método para resolver conflictos de intereses, y esto podría ser posible solo como consecuencia de ciertas características genéticas o epigenéticas heredables.
Si tanto el montaje de una estructura adecuada para la descomposición de los desechos tecnológicos como la capacidad de convivir sin riesgos bélicos requiriera de una genética adecuada para los comportamientos, entonces aparecen nuevas preguntas: ¿Cuáles son las características genéticas necesarias? ¿Ya existen dentro de nuestra diversidad intraespecífica? ¿En qué medida? ¿Qué hechos forzarían la selección de esos patrones? ¿Tenemos tiempo para que los individuos así dotados gobiernen las acciones y eviten un colapso?
Postular que existe una relación entre la naturaleza humana y la posibilidad de sostener una tecnosfera estable es una teoría arriesgada que debe ser desarrollada. Tal vez no exista ninguna relación, o sí exista, pero ya tengamos la genética adecuada, o quizás algunos ya la tengan y otros aún no y quienes sí la tienen sean suficientemente numerosos. Pero también podría ser que nuestra naturaleza no alcance y que ya estemos condenados. Solo observamos, para concluir, que ninguno de estos casos está probado.
Las investigaciones deben seguir, pero tal vez no haya tiempo para esperar sus resultados. Necesitamos urgentemente reconfigurar nuestra forma de pensar y actuar para asegurar un futuro posible. Esto nos lleva a efectuar un llamado a la acción y a la reflexión crítica sobre nuestra relación con la tecnología y el medio ambiente. Un llamado que incluye priorizar la sostenibilidad y el bien común sobre el beneficio individual, algo que requiere un esfuerzo colectivo significativo.
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[1] Zalasiewicz, Jan. (2018) El insostenible peso de la tecnosfera. Correo de la UNESCO. https://courier.unesco.org/es/articles/el-peso-insostenible-de-la-tecnosfera
(consultado el 1/9/2024)
[2] Zalasiewicz, J., Williams, M., Waters, CN, Barnosky, AD, Palmesino, J., Rönnskog, A.-S., Edgeworth, M., Neal, C., Cearreta, A., Ellis, EC, Grinevald, J., Haff, P., Ivar do Sul, JA, Jeandel, C., Leinfelder, R., McNeill, JR, Odada, E., Oreskes, N., Price, SJ, … Wolfe, AP (2017). Escala y diversidad de la tecnosfera física: una perspectiva geológica. The Anthropocene Review , 4 (1), 9-22.
https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/2053019616677743?journalCode=anra
(consultado el 1/9/2024)
[3] Yinon M. Bar-On https://orcid.org/0000-0001-8477-609X , Rob Phillips y Ron Milo. (2018) La distribución de la biomasa en la Tierra. PNAS Vol 115, num 25.
https://www.pnas.org/doi/full/10.1073/pnas.1711842115
(consultado el 1/9/2024)
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Vida_basada_en_carbono
(Consultado el 28/9/2024)
[5] https://www.um.es/molecula/sales01.htm
(Consultado el 28/9/2024)
[6] Will Steffen, Wendy Broadgate, Lisa Deutsch, Owen Gaffney y Cornelia Ludwig. (2015). La trayectoria del Antropoceno: La Gran Aceleración. The Anthropocene Review, Volumen 2, numero 1
https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/2053019614564785
(consultado el 1/9/2024)
[7] https://neofronteras.com/?p=4612
(consultado el 1/9/2024)
[8] https://gml.noaa.gov/ccgg/trends/
(consultado el 1/9/2024)
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